La primera milonga gay
LOS MIERCOLES A LA NOCHE EN PALERMO
"La Marshall" fue creada por un grupo de profesores
de tango. Está abierta a todo público, pero
aclaran que allí van gays. A las 20.30 dan clases,
y luego se arma el baile con nivel profesional.
Edgardo Gargano tiene 26 años, "Vengo de
ese ambiente. Mi abuelo llegó a pelear cuando Alberto
Castillo cantaba Qué saben los pitucos y los pitucos
reaccionaban",: enseña tango en La Marshall,
primera milonga gay argentina.
"Algunos se sorprenden por el nivel con que se baila
acá. Es que viene mucha gente del ambiente de la
danza profesional, que no se anima a bailar tango en otros
lados. No creo que esté prohibido el baile entre
hombres en una milonga tradicional. Pero supongo que no
sería muy bien visto. Todavía hay mucho milonguero
machista. Aunque esos que insisten con lo del macho suelen
ocultar un miedo a 'aflojarse'",
En Córdoba 4185, Palermo, donde los miércoles
funciona La Marshall, hay una barra con volantes que ofrecen
servicios para gays. El abanico es amplio: taxi boys, depiladores,
abogados, psicoanalistas, tarotistas, masajistas, entrenadores
personales, coiffeurs. Un piso arriba, la orquesta de Pugliese
hace girar, con suerte diversa, a cinco parejitas de hombres;
otros diez, todos impecables, los miran desde la barra.
Las luces de colores y el aroma a incienso dan un toque
más cercano al bolero que al tango duro.
Alrededor de una mesa, varias brasileñas, casi todas
de corte cepillo, anteojos y cierto desaliño en comparación
con los hombres, beben cerveza y lanzan bocanadas de humo
de tabaco que se deshilachan rumbo al techo. En dos sillones
se besan parejitas heterosexuales. El paisaje de La Marshall
no parece parcelado con las rígidas fronteras que
a veces se le quiere imponer al deseo.
"Este lugar está abierto a cualquiera; sólo
se aclara que aquí hay gays dice Gargano.
Yo, de hecho, soy heterosexual. Al principio me preguntaba
qué haría si me abordaba un tipo. Pero ningún
alumno intentó levantarme. Hacen algún chiste,
pero son muy respetuosos: saben quién es quién.
Con el tiempo, me permití sentir cosas. También
hay un sentir bailando con hombres; a veces mayor que con
una mina. En mí, no es excitación sexual:
también podés bailar con una mujer sin que
te guste".
¿Bailás, Edgardo?
El muchacho de remera blanca y bronceado tropical ha preguntado
con delicada firmeza. Gargano se para, le toma la mano y,
tras disculparse, se va con él.
"En la milonga tradicional el hombre conduce. Acá,
cuando te sacan, arreglás quién va a conducir
y quién será conducido", explica
Augusto Balizano, 33 años, el otro profesor de tango
y creador de La Marshall. Balizano tiene experiencia internacional:
participó del Queer Tango Festival un evento
gay tanguero en Hamburgo y bailó en milongas
de Berlín. "Allá reconocés
a los argentinos porque son los únicos que se asombran
al ver bailar a dos hombres", asegura. Y agrega:
"Hace 3 años que doy clases en "Lugar Gay
de Buenos Aires", en San Telmo. Y, como los chicos
no tenían un lugar en donde bailar en paz, abrimos
éste".
Balizano se va a bailar con una rubia notable y, después,
con una suerte de galancito trajeado. "La rubia es
la pareja de baile de Augusto; el pibe de traje es el novio
de ella", aclara Gargano, ya de vuelta. Las parejas
miden destrezas en la pista. Un joven rapado le da un piquito,
en puntas de pie, a un cincuentón formal, canoso,
que le lleva una cabeza; dos chicas se besan en un sofá.
Mario Orlando, disc jockey con 30 años de oficio
milonguero y aspecto de San Juan y Boedo antiguo, opina:
"Todos son educados. Por ahí las minas son
más zarpadas. Los tipos pueden darse un beso pero
no franelean. Son mucho más respetuosos que en las
milongas tradicionales".
En La Marshall hay también espectáculos tangueros.
Y muchos turistas, que llegan a Buenos Aires con la idea
de que existe una creciente aceptación a los gays.
"Hace un tiempo tuvimos a un neozelandés
y un coreano que habían venido por dos días
y se quedaron dos meses aprendiendo tango. Y a un tipo de
Nueva York que, por primera vez, pudo bailarlo con hombres
fuera del living de su casa", se enorgullecen,
mirando a los bailarines, los dos profesores de tango.
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